Para quienes hemos tenido que estudiar la dimensión ética del comportamiento humano, además de fijarnos en los aspectos técnicos, de la eficacia, de la coherencia etc. de los mismos, hemos de fijarnos en si, dicho comportamiento, es correcto y acorde con la rectitud del obrar personal. Y, esta rectitud, se ha de fijar en la doble dimensión ética del bien y del mal del obrar humano. Y, para ello, también, hemos de ver y analizar lo que recordamos de nuestros actos y ver su coherencia con el bien y con el mal morales. Teniendo en cuenta que debemos reconocer también nuestros propios fallos.
Esto viene a cuento por la noticia periodística de “El País” del Domingo 12 de julio pasado, en la que, los obispos vascos, hacen público en la catedral de Vitoria, que piden perdón ante el olvido de la “deuda” con 14 sacerdotes nacionalistas vascos ejecutados por tropas franquistas y a los que nunca ha recordado la Conferencia Episcopal ni el Vaticano.
De ahí, el título del presente artículo,”El recuerdo del olvido”; porque existe una ética del recuerdo y, también, del olvido cuando, éste, es consciente y culpable. Olvidarse conscientemente es lo mismo que hacer “la vista gorda”.
Pienso también que, cuando se hace la vista gorda con crímenes de Estado, hay que evitar ser selectivos. Es decir, hay que tener memoria y mantener en el recuerdo a todas las personas asesinadas de una y otra parte y a las que se ha intentado mantener en el olvido, como si nunca hubiera existido esa multitud de seres de ambos sexos maltratados, asesinados y sepultados, sin permitir a sus familiares enterrarlos dignamente y recogerlos y sepultarlos con el debido respeto.
En este caso, el olvido ha sido forzado, ocultando la realidad de la digna existencia de unos seres humanos, cuyos restos mortales y su misma muerte ha sido considerada indigna y nefanda. Es decir, de la cual es mejor no hablar. Porque los familiares de los mismos, pueden ser menospreciados a causa de su forma de morir o mediante el ocultamiento de sus restos mortales.
De ahí la necesidad de una digna memoria histórica que, sin subterfugios, deje la dignidad de las personas que hayan sido asesinadas, en un lugar social, digno de todo respeto y, también, digno del máximo de los reconocimientos.
No vale tener una memoria selectiva y clasista. La memoria tiene que lograr ser realmente respetuosa consigo misma y, en consecuencia, no dejar espacio al olvido intencionado e injusto. Así que, todavía queda mucho que recordar y no dar cauce intencionado al olvido histórico. Que la Iglesia vasca recuerde a unos, no impide que España recuerde a todos. Eso pienso.
09 de noviembre de 2009
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