EL NUDO LÓGICO DEL DISCURSO

Si se asiste a una conferencia, se espera que, el o la conferenciante se centre en el tema que se enuncia y que exponga de forma clara, coherente y lógica el contenido, el sentido y los aspectos fundamentales del discurso. Uno de los peligros más frecuentes es la divagación. Divagar es hablar “sin venir a cuento”, es andar sin sentido, orden ni concierto, como sucede con la persona que camina a ciegas sin que se pueda intuir si va a algún lugar o concretar a dónde va si es que va a alguna parte. A veces, este tipo de personas, parece que, una vez que estén situados en un estrado con uno o dos micrófonos ante la boca, piensan de sí mismos cual si fueran semidioses y hablan de lo humano y de lo divino venga o no a cuento, tratando “paternalistamente” a quienes escuchan, como si fueran unos insignificantes enanos intelectuales, viéndose por el contrario a sí mismos cual si fueran gigantes de las ideas y maestros excelsos de las sufridas personas que sufren de oyentes.
Su discurso es vertical y de arriba abajo. Hasta el mismo estrado le invita a creer que él es el de arriba y, los oyentes, lo de abajo, es decir, “los ignorantes oyentes” que escuchan al “sabio” conferenciante. Suelen ser especialistas de la “divagación” y de la “imprecisión”, de manera que parece que hablan para que no se les entienda, haciendo creer a quien escucha que, si no entiende, es debido a su propia torpeza e incapacidad. Parece que su finalidad no es contribuir a clarificar ideas, sino a desconcertar al oyente haciéndole pensar que no entiende por propia miopía mental e ignorancia. Y, cuanto más altisonante sea el que hable, más estúpido puede sentirse el que escuche
Su tono, no es el horizontal del que dialoga, sino, el de arriba a abajo del que predica paternalísticamente. Quien dialoga, intenta aprender y enseñar. Más lo primero que lo segundo. Sócrates, sin ir más lejos, decía: “Sólo se que no se nada” y estaba dispuesto a aprender de cualquiera que pudiera aportarle algo.. Pero, el “predicador”, adopta una actitud apocalíptica y amenazante, anunciando desgracias y empequeñeciendo al auditorio. Habla como si dijera:”Yo soy el que enseña, yo soy el que educa, yo soy el que abre los ojos a mis ciegos escuchadores”. Habla como si los que escuchan fueran los “que no saben”, es decir, todo lo opuesto al diálogo.
Puede fácilmente suceder que, el citado conferenciante, no hable de lo que promete y se “distraiga” hablado de lo humano y de lo divino, desvinculándose del nudo lógico del discurso y, también, del asunto que es objeto de su exposición, incluso citando frases que son recortes de artículos de periódicos, sin punto de relación con el tema y, al hacerlo, se crece sin darse cuenta de su petulancia y de su ignorancia. No descubre, actuando así, que, con muchísima frecuencia, puede aburrir incluso a las piedras si las hubiera... Puede, para colmo, creer que el auditorio está admirado de su “gran grandilocuencia”. ¿Y del tema sobre el que iba disertar? Dos breves referencias con la excusa de “falta de tiempo y exceso de contenido”. Y, por fin deja los micrófonos y de producir hastío a sus oyentes. Aún así, pudiera haber alguna persona que, en vez de silbar, aplauda su actuación. Para desconcierto general. Conclusión: “¡Dios nos libre de un conferenciante predicador!”.
. 8 de Octubre de 2008 .

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